domingo, 30 de agosto de 2009

NI EN SUEÑOS
Un sobresalto estremecido me dilata las pupilas, cuando el sonido del timbre de la puerta de calle, rebota como un resorte acústico en las paredes de la cocina donde está instalado el contestador. Guardo silencio y camino en puntillas a espiar por las hendijas de la persiana para ver quién es, con la cauta esperanza de estar despierto y lo que ocurra esté en la dimensión de lo real, que no lo estoy soñando, porque le temo a mis sueños desde que descubrí que activan un universo extraño y fatídico, donde he perdido completamente mi autonomía, atrapado por un aumento de la imaginación tal vez, al punto de no poder diferenciar que cosas suceden de verdad y cuales conforman el denso misterio de mis sueños.
El origen de este confinamiento mental, está como toda actualidad en el pasado y como no tenemos el privilegio de elegir los materiales con que construimos el pasado y su memoria, lo hacemos a través de la bruma traslúcida del olvido, como una forma de catarsis que nos permita expurgar las pasiones que nos dominaron, expiando culpas ignoradas, desterrando voces y exhumando amores, entre otras formas difusas con que la memoria impalpable y fugitiva, va dejando a nuestro libre albedrío, los atajos que nos aproximan o alejan del inventario de lo vivido, donde siempre reclamará un lugar aquello que negamos u ocultamos.
Dentro de este inventario, comenzó mi agonía marginal y subalterna, aunque en ese momento no supe lo que ahora sé, que el prólogo de mi odisea se remite a los días en que mi padre le entregaba sus últimos latidos, a una vida que inexorablemente lo abandonaba en la sala de terapia intensiva de una clínica, cuando la noche previa a su muerte, tuve la primera visión de un sueño artificioso y oscuro al que no le di mayor trascendencia. En la escena onírica, alguien tocaba el timbre de la puerta de calle y yo veía a través de la ventana de la cocina, que mi padre atendía a un hombre joven, de unos treinta y cinco años más o menos, mas alto que él, de pelo castaño oscuro cubriéndole las orejas, la nariz redondeada en la punta y unos ojos pequeños de mirada afable, donde el brillo normal transmitía la virtud de despertar confianza. Vi que el extraño se agachaba levemente para susurrarle algo al oído, lo palmeaba suavemente en el hombro y se marchaba. Solo en esto consistió el sueño y apenas si lo recordé al levantarme y mucho menos el resto del día, que lo pasé reprimiendo el dolor por la pérdida, dado que debí hacerme cargo de organizar su funeral.
Tres años después, la salud de mi madre comenzó a deteriorarse y los diagnósticos de las distintas patologías que sufría eran cada vez mas complicados, de modo que cuando la ciencia médica vislumbró su derrota, nos encomendaron a los familiares, que cualquiera fuese la fe que profesáramos nos encomendáramos a ella y a la fortaleza de espíritu de la paciente, con la esperanza de que sobreviviera un par de años mas. El caso fue que una noche, la visión de aquel sueño inconfesable se actualizó y esta vez, quién acudía al llamado desde la puerta de calle era mi madre, para recibir el cuchicheo incognoscible y la suave caricia en el hombro del mismo personaje que en el otro sueño visitara a mi padre. A los dos días, ella fallecía y tras el duelo y los consuelos, hijos y parientes volvimos cada uno a sus respectivas militancias, o sea, al suicidio cotidiano de la resignación y la rutina.



No sé que fue, tal vez un chasquido de dedos dentro de mi cerebro, lo que me hizo reparar en la analogía de los sueños que precedieron a la muerte de mis padres, para dejarme pasmado por la admirable precisión del presagio y luego ya con el asombro anestesiado, me aislé en reflexiones tan esotéricas como delirantes, hasta que con el paso del tiempo, volví al reencantamiento por la lucha, la alegría, los logros y las derrotas, las utopías y los desencantos para sentirme vivo nuevamente, inmunizado ya de ausencias.
Debe aclarar, que jamás le confié a nadie sobre las oníricas premoniciones, una porque curiosamente nunca sentí el impulso de contarlo y otra porque hacerlo tanto tiempo después, sonaría poco verosímil y hasta podría dar pie a que algún desfachatado, que no escasean por cierto, me encargue que le avise cuando sueñe con un número para jugarlo a la lotería.
No hay dos sin tres dicen y debe ser nomás, porque volvió, volvió como un vicio congénito el Ángel exterminador polinizador de la muerte, él sabe que la fatídica flor no necesita primaveras, porque vive en un ecuador eterno que pasa por la mitad de cada uno de nosotros, que venimos al mundo con su semilla en nuestros genes y germina en nuestro cuerpo que ineluctiblemente se le hará fértil antes o después, dependiendo de la cantidad de resignación con que lo abonamos, o si el destino le apuesta al azar una moneda que da vueltas en el aire llevando nuestro nombre. Volvió les decía, con la intensidad de un sueño patente en el que ahora me llamaba a mí. El joven opaco de mis sueños, quería confiarme al oído de manera inaudible y confidente, los días y las noches que me quedan por delante, pero desperté, zamarreado tal vez por un instinto que no me abandona ni ebrio ni dormido, o quizá por mi conciencia y la conciencia que siempre es un proyecto, sabe que sin vida no hay proyectos.
Por un lado sé que me perdí una charla con un enviado de Dios, pero por otra parte, espero que se le mezclen los papeles y con desilusionada benevolencia abandone la búsqueda y encuentre una puerta mas hospitalaria que la mía, aunque intuyo que si tocó mi timbre, ya dejó a la muerte agazapada en un rincón de mi casa, esperando que la descubra y tienda la mesa del epílogo, invitado al vacío absoluto de ser mi propio anfitrión.
Para sobrevivir a mis sueños funestos, adopté la estrategia de no atender el timbre de la puerta y me impuse la prohibición de dormir, para que ningún sueño me sorprenda con la guardia baja y le dé la oportunidad al perverso emisario de secretearme lo que no quiero oír, lo que no quiero saber, prefiero las pastillas y las jaquecas, prefiero mis aversiones secretas, mis fobias y manías obsesivas, cualquier cosa que desmantele su objetivo, porque si uno no quiere dos no pueden pienso, mientras trato con gran esfuerzo, de prolongar la vigilia que me mantiene alerta como un centinela, para resistir, hasta el límite en que el hartazgo por la lucidez, la ansiedad y el pánico, me terminen llevando hasta la puerta de calle, para dilucidar definitivamente la angustiosa sospecha, de que el siniestro mensajero me espera cómodamente instalado en mi subconsciente, durmiendo a pata suelta y soñando conmigo.
LE VIOLINISTA
Reverberan las notas de un violín y se filtran serpenteando como volutas de humo por la celosía de la ventana que da a la calle, justo frente a mí, que me hallo sentado tomando un café en una de las mesas que el bar dispone en la vereda de enfrente. La maravillosa melodía envuelve a los irreverentes transeúntes trastocando sus pasos entre prisa y demora, para que reciban con asombro y gozo, el inasible documento del espíritu que se desperdiga en el aire cálido de la noche con un delirio festivo, trepidante y sutil como el estallido de una pompa de jabón. La música nos da una identidad común y la compartimos sin egoísmo como quién comparte el pan con sus hijos. El último acorde estremecido del violín tras la ventana, me impulsó a ponerme de pie y aplaudir, gesto que fue imitado por los demás parroquianos del bar y por los que transitaban y se habían detenido a escuchar.
El violinista entreabrió los postigos y desde la penumbra agradeció nuestro tributo, exponiendo el instrumento a la luz de la calle que penetraba ajustada por la escueta abertura y como un reflector oblicuo se posaba sobre el fulgor bruñido de su madera. El artista lo sostenía desde las sombras, como dándole todo el mérito y postergando en la oscuridad el portento de sus manos, la sensibilidad de su oído y la magia de su talento, que por un desorientado azar nos hizo vivir a un puñado de personas, la experiencia del milagro y la del silencio que se abrió cuando cerró la ventana. Debo confesar, que no salí indemne de la ausencia del sonido prodigioso y su misterio evanescente, que me ha dejado mirando la ventana cerrada, evocativo, melancólico y circunspecto como un sobreviviente.

viernes, 21 de agosto de 2009

NADIE COMO TU
Nadie como tú
para contar la historia
donde fuimos los héroes
vasija de miel
derramada en tu memoria

Nadie como tú
guardará silencio
y desde el olvido
borrará las sombras
para vernos dignos

Nadie como tú
sabe que soy duro
como perro vagabundo
cuando integro
la jungla de la calle,
pero cuando vuelvo
soy mascota de peluche
entre tus brazos

Nadie como tú
para que en las noches
en que el espanto
me crece en pesadillas
hasta sentir tus manos
que frotan en mi espalda
la lámpara que siempre
me concede el deseo
de la paz que me dan
tus pies entre los míos

Nadie como tú
me hará oír
risa de niños
columpiándose alegres
desde los breteles
de tu corpiño

Nadie como tú
para gastar lo que nos queda
entre tus medias de seda
convertido en bucanero
tú decides lo que soy
capitán o marinero

Nadie como tú
me hará resucitar
cada mañana
como un crucificado
envuelto en el sudario
de tu sábana
para sentirme Dios
porque me amas.

miércoles, 19 de agosto de 2009

ट्श्र देल ALMA

EL REGLAMENTO


El bebé me mira y se ríe desde la conmovedora ternura de sus ocho meses de vida. Me mira con sus ojos color miel, casi transparentes y se me ocurre que cobra vida, ese retrato mío de cuando tenía un año y mi madre coloca como un trofeo en un portarretrato sobre la mesa del living. El niño abre su boca pringosa con la galletita dulce que chupa y se ríe de mí. Pareciera ser que intuye que yo me opuse y maldije la novedad de su existencia, anunciada en un momento tan inoportuno, pero él ahora está en mis brazos, donde lo depositó su padre el Rulo Langoni, con el que me encontré en la puerta de la panadería.
_ ¿ Que hacés Negrito? _ me saludó_ Teneme el nene mientras compro el pan.
Sostengo al bebé mientras lo miro reír y manotear el aire, su santa inocencia desconoce que hace dieciocho meses, la confirmación de su llegada nos hizo perder un campeonato, sembrando confusión, discusiones y apelaciones para terminar derrumbando la moral de nuestro equipo y ahora, ignorante de la temeridad que implica su gesto amistoso conmigo,
aferra su mano regordeta a la medalla que cuelga en mi pecho y se ríe, se ríe de mí y yo le devuelvo la sonrisa, aceptando la burla de los dioses de la fecundidad.
_ Che Rulo, tomá tu pibe, este ya nos cagó antes de nacer, a ver si lo hace de nuevo ahora en mi camisa.
_ No seas malo, pobre angelito, él no tuvo la culpa_ protestó Rulo dándole un beso en la frente, sobre la que el cabello suave como un soplo sobre una quemadura parecía encender un aura con los rayos del sol.
_ Tenés razón, pero es automático, veo al nene y me acuerdo de esa final y sigo pensando que si la gringa demoraba la noticia, no nos aplicaban el reglamento de mierda ese que inventó el vasco.
_ En el club escuché que quieren organizar otra vez esos torneos, para ver si pueden reeditar aquellos duelos, pero ya no despiertan interés, los muchachos del barrio prefieren jugar en otra parte.
_Y que querés Rulo, a los pibes ahora el barrio no los motiva, fijate que este club dentro de poco va a terminar siendo un centro de jubilados, pero cambiando de tema ¿ Vos no volviste a jugar?
_No puedo Negrito, tengo dos laburos para mantener la familia. Hago de mozo en una pizzería al mediodía y en una parrilla por la noche, inclusive los sábados. Los domingos estoy muerto y si el único día que tengo para estar con la gringa y el nene me voy a jugar, me echan de casa.
_ Una lástima loco, porque vos sos el mejor jugador que ví, si te hubieras dedicado…pero bueno Rulo, te dejo, me voy precisamente el club, a ver si encuentro compañeros para un truco, es el primer domingo que voy después de mucho tiempo.
Se fue Rulo con su bebé y yo me encaminé a la segunda institución en consideración del barrio, después de la escuela primaria. El club, lugar donde desde la preadolescencia, varias generaciones nos preparamos para iniciarnos en la aventura de la vida, empezando por el esperanzador verde del paño del billar y continuando por el salón con piso de cemento, donde los sábados de baile los chicos y chicas del barrio cumplían el protocolo de presentarse en sociedad, en su incipiente rol de hombre y mujer, fingiendo no conocerse o no recordar que hicieron el primario en la misma escuela y de esa manera tratar de poner una cuota de ficticio misterio a una vida que era tan conocida y previsible como el mismo barrio.
El rectángulo de cemento que fungía de pista de baile, se convertía con total facilidad en cancha de básquet, voley o papi-fútbol. Podría decirse, que esa gruesa capa de hormigón, fue como una lápida para las ilusiones de algunos y un podio de triunfo para otros y en las dos circunstancias, la placa de cemento permanecía imperturbable, áspera y fría, sin conmoverse, como un ara donde sacrificábamos a veleidosas deidades, ríos de sudor, transpirados gota a gota compitiendo para ganar un partido, y también hemos tributado sangre de codos, rodillas y narices de muchos de nosotros, defendiendo los colores y honores del club. Y en ese mismo altar, pisamos el pucho de nuestro primer cigarrillo, iniciático ritual de adolescencia y otras veces, a ese piso ofrendamos la ceremonia de arrojar agua perfumada y papel picado en bailes de carnaval, que al otro día se barrían, junto con las promesas, mentiras y arrepentimientos que el Rey Momo reclama para sí, en los días en que febrero endiabla las caderas de las mujeres y los pensamientos de los que las miramos bailar, poseídas por un llamado hormonal incontenible.
Debo aclarar, que estas cavilaciones me asaltan toda vez que como ahora, estoy parado frente a la fachada de ladrillos sin revocar del Club Social y Deportivo Ultramar, que tomó su nombre del barrio fundado por el sindicato que nucleaba a los esforzados peones de marina mercante de mitad del siglo pasado.
No mas de veinte manzanas, de casas muy parecidas, de construcción sencilla, con techos de chapas de zinc a cuatro aguas, según diseño de un arquitecto noruego llamado Jan Strovanard que pretendió que el barrio se llamara Bergen en homenaje a su ciudad natal, pero los sindicalistas rechazaron la idea aduciendo que con ese nombre, tomarían a los habitantes para la chacota no bien nombraran el lugar donde vivían, amén de que era el sindicato quien financiaba las obras de manera que el nombre lo elegían ellos, pero para no desairar al arquitecto, una de las calles transversales se llama Noruega.
Esto ocurrió allá por 1938, época en que Agustín P. Justo cedía la banda presidencial a Roberto M. Ortiz, fue el año en que con agua y plomo, apagaron su luz las plumas de Alfonsina Storni y Leopoldo Lugones y una huelga de los obreros de la construcción que duró meses, retrasó la inauguración del barrio, pero no la del estadio de River Plate. Ya entonces el dinero doblegaba en algunos sectores a las luchas sociales.
Estas historias me las contó mi padre como ciertas y yo siempre las repito, esperando que lo sean, pero también hay otras vaguedades históricas, que alguna vez leí en recortes
de periódicos de la época, celosamente guardados en la escasa biblioteca del club, que fue fundado en 1952, año en que el presidente Perón iniciaba su segundo mandato y moría la eternamente llorada Eva Perón, la Evita del pueblo.
En esos tiempos, se fundó el club por iniciativa de un vecino italiano, Don Fortunato Mantegazzi, dueño del primer corralón de materiales, quién donó los ladrillos y el cemento con que se levantaron las primeras paredes y los hombres del barrio aportaron su tiempo libre para que la mano de obra no tuviera costo.
Toda la historia del club, cabe en recortes enmarcados que cuelgan en las paredes de la secretaría, junto a banderines, trofeos y fotos de asados, bailes y orquestas en diferentes épocas de la institución.
Hoy ningún habitante es marino, a lo sumo descendiente de alguno, y el club es presidido por el vasco Arriola, cuyo currículum destaca cuatro peleas como boxeador profesional medio pesado, las que dice haber ganado y cinco subsidios para planes sociales, en los que debe haber ganado también. Hoy va por su quinto mandato como concejal municipal y como presidente del club.
En épocas electorales, su fama de guapo malevo se agranda con las loas serviles del séquito patoteril que lo rodea y ayuda a persuadir a los electores, que el cree que lo votan por que le temen, pero no sabe que a nadie le interesa cargar con la responsabilidad y es mas fácil la crítica desde afuera, amén de que el paisaje y el folclore del barrio no sería igual sin el vasco en la presidencia del club y por eso lo eligen.
Atravieso la puerta y ya dentro del club, me llega justamente, familiar y previsible, el vozarrón altisonante y los exagerados ademanes del presidente, dándole vida y sonido al bar, donde las carcajadas aguardentosas le ponen corolario al insultante sentido del humor del vasco, que cae sin sorpresa, sobre la indefensa víctima de turno.
Ruido de cubiletes y fragor de barajas, gritos de júbilo mezclados con reproches de perdedor, inflaman el aire enturbiado por el humo de los cigarrillos, que queman los bordes de las mesas, esperando que los aprendices de tahúr, orejeen la suerte que les depara el mazo de naipes, que sospecho los representa, porque están allí mezcladas todas las figuras, desde el as de espadas al cuatro de copas y todas las posibilidades, para que las conviertan en azares, mentiras y desenlaces tan inciertos como sus propias vidas.
Desde la mesa del rincón, junto a una ventana color verde inglés con cortinas a cuadros amarillos y blancos, hechas de la misma tela que los manteles, el cabezón Bertolazzi, se para y me llama con la boca llena por el bruto tarascón que acaba de darle al sándwich de salame milán y queso en pan de fonda, que le ha servido el cantinero sobre un platillo de aluminio. Cuantas veces fue mi cena ese manjar pensé, mientras me estrechaba en un abrazo, que sentí cordial para mí por el encuentro, e intuí fraternal para él, porque lo rescataba de la soledad de su espera.
_ ¡ Que alegría verte Negrito ¡ _Se te extraña.
_ Si, hace mucho que no venía. Yo también los extraño, pero entre el laburo y la facultad no me queda tiempo.
¿Te falta mucho para recibirte de ave negra? Porque pienso ser tu primer cliente, para demandar a mis suegros, porque me vendieron una princesa y hoy tengo en casa una gorda amarga y autoritaria. Me tenés que ayudar a devolverla, el derecho debe asistirme.
_No hablés así cabezón, es tu mujer y de su carácter vos seguro tenés algo que ver.
Irrumpió el ruido inconfundible de la silla de ruedas del chaqueño Ramón, quién interrumpió el diálogo dándome un afectuoso golpe en la espalda a la vez que me reprimía en tono admonitorio._ Aquí, el jugador que no viene al club, tiene multa y el castigo es pagarme el vermouth.
_Zurdo, le ordené al bufetero, servile un vermouth a “Pantalón cortito” y un café para mí.
Debo aclarar, que el chaqueño Ramón había perdido las dos piernas, cuando un accidente ferroviario se las amputó casi a la altura de las ingles, condenándolo a la silla de ruedas y al apodo de “Pantalón cortito” que le asignaron los vagos del barrio. Se mal gana la vida como masajista, atendiendo casos de reuma, artrosis y recalcaduras. Comentan sus pacientes, que tiene un exitoso método de masajes en el que se ayuda con una botella, siempre previo ingerir el contenido obviamente. En esto creo que es muy riguroso el chaqueño.
A la tertulia se sumó el vasco Arriola, quién dando vuelta la silla, se acodó en el respaldo y a modo de saludo nos conminó_ Che muchachos, vuelvan a organizar los campeonatos de solteros y casados, así vuelven las familias al club, tenemos que integrar a las patronas, para que esto no se convierta en un garito y cumpla su función social.
_ No vasco, lo interrumpí_ tus reglamentos y el asesoramiento del cura terminaron para siempre con el fair play aquí.
_Como buen político no me gusta perder ni a la bolita, pero en el caso aquel, solo se aplicó el reglamento. Los jugadores profesionales respetan el de la FIFA y ustedes tenían que respetar el de fifar y ambos están para cumplirse y vos que estudiás derecho, deberías saberlo mejor que nadie.
_ Mirá vasco, yo te aprecio, pero no al punto de escucharte hablar de cuestiones éticas justamente a vos, y respecto a ser competitivo te diré que es mejor ser competente, si querés un optimista competente, porque esa frase hecha de no perder ni a la bolita, no habla bien de quien la expresa, se escucha por lo general en boca de perdedores, que ocultan su realidad y sus miedos detrás de esas bravuconadas. Todos nacimos en este barrio y nos conocemos demasiado como para que alguien tenga que explicar como es, todos sabemos como es cada quién.
Se arrugó el entrecejo del presidente y ensombreció su mirada que se tornó taciturna cuando enfocó las uñas de sus manos curtidas, las que había juntado con los dedos entrelazados en actitud de plegaria.
_Compañeros, dijo el vasco en tono conciliador_ solo quería convocarlos a participar en el desarrollo de algo que nos pertenece a todos y termino recibiendo un discurso que no se bien que quiere decir, en fin, hagan lo que quieran. Se puso de pie y volviéndose a sus amigos, lanzó un desafío a un partido de truco por la consumición y se enfrascó a los gritos en el asunto.
_La verdad es que no entendí de que hablaban, curioseó “Pantalón cortito”_¿Que pasó con eso del reglamento?
_Si tenés ganas contale vos cabezón, dije entre bostezos
_La cosa fué hace dos años atrás Ramón-arrancó contando el cabezón Bertolazzi- en ese momento el club organizaba un torneo de papi fútbol entre solteros y casados. En el equipo de los casados jugaba el vasco en la defensa con el gallego José María, el gordo Abel al arco, Pachorra en el medio, el tambero Ricardo y Poroto Sánchez arriba. No era mal equipo. Por los solteros jugaban, Tito Pena al arco, el chueco Almirón y el pibito Agrelo atrás, Rulo Langoni al medio y el negrito y yo arriba. Teníamos robo con el Rulo, que se sumó al tercer partido, cuando lo fuimos a buscar por que se había roto la rodilla Pipo Torres. Al principio no quería venir, porque jugaba en la cuarta de San Lorenzo, pero al final lo convencimos.
El torneo se jugaba al mejor de cinco, o sea que el que ganaba tres, era campeón. Se jugaba un partido por mes, el segundo domingo entre abril y agosto y en cada fecha, la expectativa, la efervescencia y la rivalidad aumentaba.
El lío se armó al quinto partido, ya que los dos primeros los ganaron los casados, ayudados por el árbitro, un correntino que ya no vive más por aquí, era un ex policía al que apodaban “Campana”, porque mientras fue guardia de seguridad en la farmacia de la avenida, la asaltaron siete veces. Más que guardia, parecía que les hacía de campana a los chorros y le quedó el mote.
El conflicto se generó, porque Rulo se incorporó al equipo de los solteros a la tercera fecha y a partir de entonces, ya ni con el árbitro inventando penales podían los casados. Les llegamos a ganar por ocho goles y el último partido era un simple trámite, cuando el diablo metió la cola y el vasco que no quería perder, se encontró con la excusa que necesitaba.
_ Me está matando la intriga- comentó ansioso Ramón
_Dejá que yo le cuento el resto de la historia cabezón
_Dale negrito, vos la conocés mejor que nadie.
_ El caso fue , que entre partido y partido, había otras actividades en el club, como ser los bailes de los sábados­ y algunas fiestas familiares para las que se alquilaba el salón. Y fue precisamente en uno de esos eventos sociales, que el Rulo descubrió a la gringa Loredana, la hija de don Gino y doña Ida. La gringa tenía en sus genes lo mejor de su raza. Las mejillas rosadas, los ojos turquesa y unos pechos que cuando subían y bajaban con su respiración, se cortaba la nuestra. Yo la conozco como pocos, porque nos criamos juntos y abandonamos la pubertad en largas siestas de verano, donde analizamos a conciencia la más sustancial diferencia entre los sexos.
_ Negro, vos querés decir que…
_ Cosas de chicos, que no vienen a cuento, la historia comenzó cuando se casó el hijo del dueño del taller mecánico, el polaco Mitovich. El novio era un flaco alto, rubio, de unos veintiocho años, con la cara llena de granos, que había caído en la telaraña que le tejió la viuda del cartero. Ella era unos diez años mayor que él y tenía dos hijas, una de diecisiete años y otra de quince.
El caso fue que alquilaron las instalaciones del Ultramar para la fiesta, que mezcló a los invitados al cumpleaños de la quinceañera con los del casamiento, o sea que casi todo el barrio estaba allí. Y estaban allí, porque estos encuentros sociales prometen siempre la posibilidad del levante, por lo que aquello era una exposición de lances y estilos de seducción tan lamentables como grotescos, por ser en unos casos obvios y en otros tan prosaicos como sus bromas pretendiendo ser simpáticos o extrovertidos.
Respecto al costo puede decirse que se optimizó bastante, ya que hubo una sola torta de tres pisos y una vez que la joven apagó las velas, estas se retiraron, junto a un número quince de plástico que habían pinchado en la cúpula, entonces hábiles manos reposteras las reemplazaron por una parejita de novios de mazapán, para que los recién casados cortaran las primeras porciones cegados por los flashes de “Fogonazo”, el fotógrafo del club, cuando se escuchó que alguien lamentaba la falta de un bebé para bautizar, así se aprovechaba de un modo mas integral la torta.
Esta y el brindis de sidra fue lo único a cargo del polaco, ya que todo lo demás lo vendía el concesionario del bar.
Inmediatamente después de las fotos, la mano cruel del destino urdió los desenlaces, cuando la novia arrojó de espaldas y por encima de su cabeza el ramo de flores en dirección a la troupe de mujeres que se amuchaban en una punta de la pista de baile, donde el brazo blanco y largo de la gringa Loredana, se elevó a la altura del cesto de básquet y atrapó el ramo con un salto formidable, que le hizo perder un zapato en el aterrizaje.
Se recompuso rápido la gringa y con los cachetes rojos por la sidra, dispuesta a cumplir la superstición folclórica del ramo, enfocó los faroles turquesa de sus ojos a quién tenía más a mano, y fue el desprevenido Rulo Langoni, que estaba parado con las manos en los bolsillos de un traje azul, que vaya uno a saber de dónde había sacado, habida cuenta de que le quedaba enorme y no combinaba con sus zapatillas blancas con vivos rojos.
_¿Bailamos?-lo invitó la gringa y sin esperar respuesta, lo apretó con malas artes al mozo y a partir de ahí, los acontecimientos se precipitaron.
_ Acompañame a casa – lo conminó
_No ¿Qué va a decir tu viejo?- se defendió Rulo
_¿Qué?- ¿Le tenés miedo a las mujeres? Lo desafió
Y la madrugada los llevó entre risas y besos con sabor a chicle de menta, hasta el cerco de ligustrinas, donde yo le había mostrado a ella los huecos que permitían mimetizarse con el follaje. Creo que lo llevó allí, porque quiso sentir la seguridad de un territorio que conocía.
_Pará Negrito, ¿Cómo podés saber todo esto vos?
_Porque la gringa me lo contó, no te olvides que somos amigos desde la infancia y siempre se confesó conmigo. Soy para ella como una gran oreja que nunca juzga por lo que oye.
_Bueno dale, seguí con el cuento- rogó Ramón
_Después hubo calma, el sol y la luna compartieron los días previos al gran anuncio. La gringa Loredana con una sonrisa de Gioconda comunicó su embarazo, adjudicándole la coparticipación al Rulo y fue en el momento más inapropiado, ya verás porqué.
El Rulo amagó como en la cancha a gambetear su responsabilidad, pero su padre, blandiendo una escopeta calibre dieciséis, lo persuadió la lavar el nombre de la hija del coterráneo con el que en 1924 se embarcara en el puerto de Palermo rumbo a América, navegando juntos por última vez el mar Tirreno y jurando desde allí, volver a la amada isla de Sicilia , donde siempre los esperaría el afecto de la familia, en sus pueblitos de casas bajas, calles de ripio con olores a pescado derramados en el aire y gentes de códigos encriptados por siglos de historia.
Estos tanos, que ignoran la génesis de esos códigos de honor pero los cumplen, nunca sabrán, ni creo que les importe, que a nosotros nos arrebató un campeonato en esa edad de la rebeldía, en que ganarle al equipo del presidente, tenía la connotación de derrotar al poder establecido.
La página central de la historia, se escribió o mejor dicho se tramó en la secretaría del club, cuando comunicaron que el reglamento establecía que si alguien era padre, no podía ser soltero, porque así lo establecían la hombría de bien y las buenas costumbres y cualquier otra decisión, sentaría un precedente negativo.
El presidente hizo el anuncio, que dejaba al Rulo fuera de competencia para los solteros, rematando su demagógica alocución , con una invitación a que jugara para los casados porque lo que importaba era competir y que bien podía hacerlo en honor al deporte y a todas las madres del barrio.
Algunos aplaudieron en medio del pandemonium que armamos los solteros al apelar la medida, aduciendo que no estaba casado y que si no es casado ni viudo, es soltero.
El muy cretino del vasco, trajo como mediador para que arbitre al padre Nicanor, el cura de la iglesia que está frente a la plaza, un hipócrita de siete suelas, quién sentenció que si Rulo había admitido su paternidad, debía casarse de inmediato por civil, para resguardar el honor de la dama y su familia, pero no podía casarlos por iglesia porque ya habían pecado. Que más adelante vería de absolverlos con una penitencia y entonces bendeciría la unión.
_¡Curita gaucho!-exclamó el vasco aprobando la posición del clérigo, que de todos modos conocía seguramente de antemano por haberlo traído ya aleccionado, para asegurarse el veredicto que debilitaba grandemente a sus adversarios. Era tan evidente la trapisonda, que recuerdo haber reclamado con bronca, acusando a la comisión directiva de grasientos, pollerudos y cornudos.
El caso se les complicó en los trámites previos, ya que en el registro civil no les daban fecha hasta dentro de diez días, o sea tres después del partido. Celebramos esta noticia como un gol en el último minuto, pero el sábado previo al partido, misteriosamente se rompieron las cañerías de agua del club y por ser fin de semana, no había tiempo de conseguir los repuestos para la reparación y aduciendo que si no se podían habilitar los baños y el bufete, no quedaba otra cosa que suspender el encuentro hasta el domingo siguiente.
Entendiendo que la suerte estaba echada, nos reunimos a deliberar los solteros y llegamos a la conclusión de que lo mejor, era no presentarnos a jugar para no darle el gusto al vasco.
La gringa y Rulo se casaron por civil, rodeados de tanto silencio como el que acompañó al vasco y su equipo, cuando se auto adjudicaron el trofeo al ganador.
_Esta es la historia Ramón, de la última vez que se jugó el campeonato de solteros y casados, donde la mala fe del vasco, terminó con una de las pocas fiestas en las que las familias del barrio, sentían que el club les pertenecía y a partir de aquel suceso se alejaron masivamente.
_Que vasco boludo! Sentenció Ramón en voz baja
_No, no es mal tipo, pasa que es un chico grande y no se da cuenta cuál debería ser su rol.
_Bueno muchachos, yo ya me di un baño de club y de nostalgias, me voy porque tengo que preparar un parcial.
Me volví a estrechar en un abrazo con el cabezón, le devolví la palmada a “Pantalón cortito”, pasé por detrás del vasco y les revelé a sus contrincantes los naipes que tenía y me marché en medio de insultos y carcajadas.
Camino a casa, en la esquina me crucé con la gringa que llevaba el bebé en brazos.
_ Hola gringa , que bien te queda la maternidad ¡Estás hermosa!
_Hola mi amor!- me saludó con un beso en la comisura de la boca y el conocido gusto a chicle de menta me volvió a humedecer el alma.
_ Mirá que belleza es este bebé – alardeó levantándolo por las axilas – Tomá, levantalo y verás lo que pesa.
Lo alcé y el niño comenzó a reírse y a balbucear un pa.. pa.. , se lo devolví como con asco a la griga, que sonriendo con esa sonrisa suya de Gioconda murmuró_ Los ángeles saben más que nosotros de algunas cosas y él es un angelito ¿ No te parece? – y sus ojos turquesa me alojaron una mirada que se me tatuó en los sesos.
_Dios mío..Dios mío.-imploré mientras me alejaba, adentrándome en una angustia con la que habría de familiarizarme con el correr de los años..
.

ट्श्र देल ALMA

A VECES PIENSO
A veces pienso
Y me desencanto
Por la intrascendencia
Cuando a veces pienso
Que los hombres escuchamos
Y callamos
A veces un gesto
Un beso y nos vamos
Tenemos los bolsillos
Para esconder las manos
Tal vez un cigarrillo
O un trago y arrancamos
Cargamos con la culpa
Yo siempre me hago cargo
No empiezo con la dieta
Se mueren mis parientes
Tuteado con la muerte
Me voy quedando
De a retazos solo
Y me quiebro por un rato
Pero me rehago
Y vuelvo a la vida
Con la voz ahogada
Pero acude un amigo
Con un chiste una broma
Y la risa asoma
Como el sol en la ventana
Nos reímos con ganas
Porque respiramos
Y no nos contamos
Nunca nos contamos
Lo que a veces pensamos.

lunes, 17 de agosto de 2009

TERAPIA
El ancestral culto a la muerte
pone metro y medio bajo tierra
la redención que el corazón humano
hace a las virtudes y miserias
mientras sobre el gris de la tumba
una gota aterida de rocío
eriza el pimpollo ofrendado.

Absorto el terapeuta en su “inside”
elabora el luto, asume sus culpas
entre Edipo y Electra consume el conflicto
cuando siente que lo castran
sus pulsiones inconscientes

De pronto no sabe si lo que lo sofoca
es la transferencia de sus yoicos neuróticos
o las túrgidas nalgas que se balancean
bajo la falda de la muchacha
que pone flores en otra sepultura

Testigos del mandato divino
los hijos de Tánatos
convulsionan sus esqueletos
con una carcajada que se expande
hasta los confines de la eternidad.
DARLING
Yo amo a una mujer
que me llama Darling
es temperamental
tiene ojos estridentes
y la mirada ausente
a veces creo
que olvida mi nombre
y toma el atajo
de llamarme Darling

Cuando necesito
conversar con alguien
me apuro a llamarla
porque sabe alentarme
ella tiene en sus manos
el botón de mi calma
y también el carácter
con contradicciones
que no resolvemos
y entonces vuelvo
a quedarme solo
con las paredes blancas
y los mosaicos opacos
y abro las ventanas
y el aire es asfixiante
pero en la calle
el sol hace diferencia
y para serles franco
de día no la extraño
porque pienso que solo
fue algo bueno en el lugar equivocado
pero al llegar la noche
los sonidos de la soledad
tienen el tono de su voz
diciéndome Darling
y yo la escucho
diciéndome Darling
a solas
este viejo gruñón te confiesa
que tu hiciste del mundo
un lugar que ha valido la pena
porque he podido escucharte
llamandome darling a mi
si señor, ha valido la pena
darling...darling
EL COLLAR

El destino apareó sus pasos en la acera
la más sencilla admiró en la otra
el soberbio collar de brillantes
que resplandecía en su pálida garganta
La más elegante observó con celos que su rival
encadenaba pomposamente alrededor del cuello
los dos bracitos de su pequeña hija.
EL PACTO

“UN PACTO DE AMOR Y DE MUERTE” titularon los periódicos mas sensacionalistas y la noticia con título catástrofe recorrió el país. Tenía un sesgo romántico el luctuoso suceso ocurrido en Cerro Catalina un pueblo chacarero de veinte mil habitantes en la provincia de Buenos Aires, donde una pareja de amantes fue encontrada sin vida dentro del panteón familiar que guardaba los restos de los padres de ella.
Los periódicos no escatimaban espacio y los noticieros de televisión llenaban horas con conjeturas acerca de cómo habían acaecido los hechos, compitiendo por tener la primicia esclarecedora, luego de que fueran descubiertos los cuerpos ya descompuestos y después de mas o menos veinte días de haber ocurrido el deceso según los médicos forenses. Se envenenaron opinaron algunos, se dejaron morir de hambre y sed dijeron otros, él la mató y luego se suicidó especularon los investigadores, pero el informe de la policía científica llegada de la capital de la provincia arrojó una conclusión que desorientó a todos. La pareja había muerto de muerte natural, de inanición o infartados, como si hubiesen decidido encerrarse allí a sepultar la osamenta de su amor heresiarca con un suicidio bizarro, desprendido de toda necesidad de belleza, pero que conlleva su propio mensaje con alguna forma de sentido estético que le da el amor. El caudal arrebatador de la pasión le da sentido y la antítesis que representan dos cuerpos putrefactos como símbolo subliminal, marcan a una sociedad vacía donde no conmueve la muerte, sino el suceso y el morboso mito que nace de ella.
A la sombra de un muro, un hombre de aspecto precario, con un pie en tierra y la otra pierna a horcajadas sobre el asiento de su bicicleta hojea el periódico con el seño adusto y sombreado por la boina que lleva requintada sobre su ojo y oreja derecha. Es el cartero del pueblo y último marido de la occisa. Él, que recorre y conoce todas las calles, que visita todas las casas, a quién todos conocen y aprecian. El, que llevó tantos mensajes esperados y de los otros. El, que siempre sintió la importancia de ser el hilo comunicante entre la gente del lugar y el resto del mundo, se encontraba ahora con la saca de cartas a cuestas, sin animarse a tocar un timbre o a anunciar su presencia con la voz engolada y estirando la o, convirtiendo su modo de decir cartero en una impronta que lo llenaba de orgullo, porque ese pregón le otorgaba un título que solo él ostentaba y lo convertía en uno de los personajes imprescindibles del cuerpo social de su pueblo, y ahora, su honor mancillado abandonaba su escondite tras la catarata de rumores, que había logrado contener hasta aquí con su facultad de inspirar confianza y el dejo triste de su sonrisa. Pero de pronto, la vida en una forma caprichosamente brutal, le estremecía el presente con un dato de la realidad que lo ponía en la vidriera mas vergonzante para cualquier hombre, condenándolo a rogar indulgencia para su aura envilecida, sabiendo que ya no podrá mirar a la cara a sus vecinos, ni soportar ningún comentario en boca de las chismosas por mas prudente que este sea, ¿cómo darle a alguien el pésame por la muerte de su mujer, si ella murió abrazada a otro y todos lo saben?
El hombre monta la bicicleta y regresa, pedaleando despacio, dando barquinazos por la estrecha huella de tierra que viborea entre el pasto silvestre, rumbo a su casa, el único refugio que lo protege de los tumultos del pueblo, hoy atestado de periodistas especializados en sucesos policiales y de turistas y enamorados de todas partes que vienen a jurarse amor o pedir milagros ante esa tumba que simboliza para ellos la exaltación de la entrega total.



Cuando llega, guarda la bicicleta, arroja la saca al piso, se deja caer en el lado de la cama que ocupaba ella, recuesta suavemente la cabeza en el hueco inolvidable que dejó su nuca en la almohada y desde ese abismo, un cabello largo apenas ondulado le cosquillea en una oreja, él lo toma entre el pulgar y el índice, lo levanta, lo mira a trasluz y lo agita levemente como queriendo darle vida antes de depositarlo delicadamente sobre la mesa de luz y cerrar los ojos para volver a desandar los intersticios de la trama fatal y sus secretos que solo él conoce, puesto que su pacto fáustico se originó junto a sus sospechas toda vez que su mujer se vestía y maquillaba como para una fiesta los martes y viernes, con la excusa de que iba a llevar flores a la tumba de sus padres. La siguió una vez y al verla entrar al cementerio, regresó culpándose por su desconfianza, hasta que un amigo del club que tenía un puesto de venta de flores frente a la entrada del cementerio, volvió a referirse a la frecuencia con que veía a su mujer salir de allí con alguien que presumía es un pariente, un viajante de comercio que viene al pueblo los martes y viernes y seguramente comparten el cuidado del panteón familiar. Él dijo que por supuesto lo conocía, que era un primo de ella, y allí quedó la cosa.
En los pueblos rurales no hay muchas distracciones, por lo que los hombres de noche van al club a jugar cartas y de día en tiempo libre salen de cacería. A su mujer no le extrañó que ese viernes el cargara su escopeta y saliera rumbo al campo como tantas otras veces. Tenía fama de buen cazador, criado en al campo y entre bichos como solía decir, conocía sus costumbres y era muy ingenioso tendiendo trampas, se ufanaba de tener paciencia y le daba lo mismo cazar de día que de noche. El hecho es que ese día no fue de caza, dio un largo rodeo y fue al cementerio, empujado por la pulsión de la duda, carcomido por unos celos punzantes que tensaban la cuerda que lo atraía al abismo donde quería creer que su imaginación lo gobernaba, pero lo que vio, desde su oscura perspectiva de fisgón por la pesada puerta de hierro apenas entreabierta del panteón, le confirmó la impudicia con que su mujer era capaz de elaborar una historia libidinosa y transgresora mas allá inclusive de alguna creencia religiosa que evidentemente no le impedía la herejía de profanar hasta el sepulcro de sus padres.
Se marchó de allí como un espectro vacío, y desde la atrofia espiritual en que cayó, fue tramando el andamiaje del plan que llevaría a los infieles a conocer el interior de su propia tumba.
El martes siguiente, llovía cuando él saltó el paredón trasero del cementerio y un trueno tapó el sonido horrísono del candado con que selló por fuera la puerta que albergaba a los dos amantes y se marchó al club para desviar cualquier sospecha. Dos días después denunció la desaparición de su esposa y casi un mes después, fingiendo llevar flores a un viejo amigo fallecido, asegurándose de que nadie lo viese, se acercó al panteón cuidando de no hacer ruido con sus pasos, como un cazador frente a su trampa, contuvo la respiración cuando retiró el candado y una curiosa morbosidad lo impulsó a abrir apenas la sólida puerta que emitió un leve quejido desde sus carcomidos goznes y lo obligó a retroceder ante la hostilidad del nauseabundo olor a podredumbre orgánica, quitándole valor para mirar al interior, volvió presuroso al club donde la riqueza imaginativa del chisme había llegado a el punto de inflexión en que ya nadie le preguntara por su mujer.


El posterior descubrimiento de los cadáveres, no arrojó luz sobre el misterio que abrevió sus vidas. Se habló del carácter de ella, que él era casado y vivía en un pueblo vecino, alguien dijo que era una historia de seducción y engaño y otros conceptos iguales de abstractos, todas opiniones útiles solo para manipular la información. En definitiva, la libertad sexual en estos pagos chicos, es una ofensa para la hipocresía de sus habitantes y se paga caro el coraje de desafiar los códigos que los unen de manera inconsciente, y los hace espiarse unos a otros tras las cortinas metafísicas que conforman el folclórico conjunto de pacatería y creencias comunes que los identifica.
Al comisario del distrito, no le cerraban ninguna de las teorías en danza. Que pertenecían a una cofradía ocultista y otras opiniones amasadas con supersticiones, que voluntad de muerte o pacto fatal, ninguno de estos argumentos lo convencía y quería indagar al marido y a la esposa de los fallecidos, pero cuando le confió sus sospechas al intendente, este lo disuadió rápidamente, con el argumento de que la fugacidad de un hecho inolvidable le había dado al pueblo una trascendencia inusitada y la posibilidad de transformar su realidad. Acababan de crear un mito que atraía turistas y ya estaban organizando un gran día de San Valentín, para que enamorados de todas partes del país, acudieran a renovar sus juramentos o a pedir retornos imposibles ante el ícono de un amor que con su mancha pecaminosa muere como un Dios, para expiar de culpa la conciencia de todos los amores y consume el milagro de resucitar cada día, exhumado por la necesidad de construir un mito.
El pueblo tenía ahora dos muertes sin resolver, que les garantizaba a las víctimas una trascendencia rayana en la inmortalidad y a los lugareños, la posibilidad de inventar una tradición que genere mercado y localismo, para evitar que los jóvenes emigren y aprovechen allí, en sus propias coordenadas, el hedonismo del consumo de personas lo suficientemente vulnerables al desvalor moral, como para conferirle preeminencia espiritual a un hecho abismal y convertirlo en una fábula romántica con aires de tragedia griega.
Tendido en su cama con la boina tapándole la cara, el cartero se convence de no haber matado a nadie, el solo cerró una puerta piensa, mientras sobre la mesa de luz, aplastado por el peso de un cabello largo apenas ondulado, el candado de bronce tiene un brillo acechante, como los ojos de un cazador.
Aníbal Hall (2007)