miércoles, 19 de agosto de 2009

ट्श्र देल ALMA

EL REGLAMENTO


El bebé me mira y se ríe desde la conmovedora ternura de sus ocho meses de vida. Me mira con sus ojos color miel, casi transparentes y se me ocurre que cobra vida, ese retrato mío de cuando tenía un año y mi madre coloca como un trofeo en un portarretrato sobre la mesa del living. El niño abre su boca pringosa con la galletita dulce que chupa y se ríe de mí. Pareciera ser que intuye que yo me opuse y maldije la novedad de su existencia, anunciada en un momento tan inoportuno, pero él ahora está en mis brazos, donde lo depositó su padre el Rulo Langoni, con el que me encontré en la puerta de la panadería.
_ ¿ Que hacés Negrito? _ me saludó_ Teneme el nene mientras compro el pan.
Sostengo al bebé mientras lo miro reír y manotear el aire, su santa inocencia desconoce que hace dieciocho meses, la confirmación de su llegada nos hizo perder un campeonato, sembrando confusión, discusiones y apelaciones para terminar derrumbando la moral de nuestro equipo y ahora, ignorante de la temeridad que implica su gesto amistoso conmigo,
aferra su mano regordeta a la medalla que cuelga en mi pecho y se ríe, se ríe de mí y yo le devuelvo la sonrisa, aceptando la burla de los dioses de la fecundidad.
_ Che Rulo, tomá tu pibe, este ya nos cagó antes de nacer, a ver si lo hace de nuevo ahora en mi camisa.
_ No seas malo, pobre angelito, él no tuvo la culpa_ protestó Rulo dándole un beso en la frente, sobre la que el cabello suave como un soplo sobre una quemadura parecía encender un aura con los rayos del sol.
_ Tenés razón, pero es automático, veo al nene y me acuerdo de esa final y sigo pensando que si la gringa demoraba la noticia, no nos aplicaban el reglamento de mierda ese que inventó el vasco.
_ En el club escuché que quieren organizar otra vez esos torneos, para ver si pueden reeditar aquellos duelos, pero ya no despiertan interés, los muchachos del barrio prefieren jugar en otra parte.
_Y que querés Rulo, a los pibes ahora el barrio no los motiva, fijate que este club dentro de poco va a terminar siendo un centro de jubilados, pero cambiando de tema ¿ Vos no volviste a jugar?
_No puedo Negrito, tengo dos laburos para mantener la familia. Hago de mozo en una pizzería al mediodía y en una parrilla por la noche, inclusive los sábados. Los domingos estoy muerto y si el único día que tengo para estar con la gringa y el nene me voy a jugar, me echan de casa.
_ Una lástima loco, porque vos sos el mejor jugador que ví, si te hubieras dedicado…pero bueno Rulo, te dejo, me voy precisamente el club, a ver si encuentro compañeros para un truco, es el primer domingo que voy después de mucho tiempo.
Se fue Rulo con su bebé y yo me encaminé a la segunda institución en consideración del barrio, después de la escuela primaria. El club, lugar donde desde la preadolescencia, varias generaciones nos preparamos para iniciarnos en la aventura de la vida, empezando por el esperanzador verde del paño del billar y continuando por el salón con piso de cemento, donde los sábados de baile los chicos y chicas del barrio cumplían el protocolo de presentarse en sociedad, en su incipiente rol de hombre y mujer, fingiendo no conocerse o no recordar que hicieron el primario en la misma escuela y de esa manera tratar de poner una cuota de ficticio misterio a una vida que era tan conocida y previsible como el mismo barrio.
El rectángulo de cemento que fungía de pista de baile, se convertía con total facilidad en cancha de básquet, voley o papi-fútbol. Podría decirse, que esa gruesa capa de hormigón, fue como una lápida para las ilusiones de algunos y un podio de triunfo para otros y en las dos circunstancias, la placa de cemento permanecía imperturbable, áspera y fría, sin conmoverse, como un ara donde sacrificábamos a veleidosas deidades, ríos de sudor, transpirados gota a gota compitiendo para ganar un partido, y también hemos tributado sangre de codos, rodillas y narices de muchos de nosotros, defendiendo los colores y honores del club. Y en ese mismo altar, pisamos el pucho de nuestro primer cigarrillo, iniciático ritual de adolescencia y otras veces, a ese piso ofrendamos la ceremonia de arrojar agua perfumada y papel picado en bailes de carnaval, que al otro día se barrían, junto con las promesas, mentiras y arrepentimientos que el Rey Momo reclama para sí, en los días en que febrero endiabla las caderas de las mujeres y los pensamientos de los que las miramos bailar, poseídas por un llamado hormonal incontenible.
Debo aclarar, que estas cavilaciones me asaltan toda vez que como ahora, estoy parado frente a la fachada de ladrillos sin revocar del Club Social y Deportivo Ultramar, que tomó su nombre del barrio fundado por el sindicato que nucleaba a los esforzados peones de marina mercante de mitad del siglo pasado.
No mas de veinte manzanas, de casas muy parecidas, de construcción sencilla, con techos de chapas de zinc a cuatro aguas, según diseño de un arquitecto noruego llamado Jan Strovanard que pretendió que el barrio se llamara Bergen en homenaje a su ciudad natal, pero los sindicalistas rechazaron la idea aduciendo que con ese nombre, tomarían a los habitantes para la chacota no bien nombraran el lugar donde vivían, amén de que era el sindicato quien financiaba las obras de manera que el nombre lo elegían ellos, pero para no desairar al arquitecto, una de las calles transversales se llama Noruega.
Esto ocurrió allá por 1938, época en que Agustín P. Justo cedía la banda presidencial a Roberto M. Ortiz, fue el año en que con agua y plomo, apagaron su luz las plumas de Alfonsina Storni y Leopoldo Lugones y una huelga de los obreros de la construcción que duró meses, retrasó la inauguración del barrio, pero no la del estadio de River Plate. Ya entonces el dinero doblegaba en algunos sectores a las luchas sociales.
Estas historias me las contó mi padre como ciertas y yo siempre las repito, esperando que lo sean, pero también hay otras vaguedades históricas, que alguna vez leí en recortes
de periódicos de la época, celosamente guardados en la escasa biblioteca del club, que fue fundado en 1952, año en que el presidente Perón iniciaba su segundo mandato y moría la eternamente llorada Eva Perón, la Evita del pueblo.
En esos tiempos, se fundó el club por iniciativa de un vecino italiano, Don Fortunato Mantegazzi, dueño del primer corralón de materiales, quién donó los ladrillos y el cemento con que se levantaron las primeras paredes y los hombres del barrio aportaron su tiempo libre para que la mano de obra no tuviera costo.
Toda la historia del club, cabe en recortes enmarcados que cuelgan en las paredes de la secretaría, junto a banderines, trofeos y fotos de asados, bailes y orquestas en diferentes épocas de la institución.
Hoy ningún habitante es marino, a lo sumo descendiente de alguno, y el club es presidido por el vasco Arriola, cuyo currículum destaca cuatro peleas como boxeador profesional medio pesado, las que dice haber ganado y cinco subsidios para planes sociales, en los que debe haber ganado también. Hoy va por su quinto mandato como concejal municipal y como presidente del club.
En épocas electorales, su fama de guapo malevo se agranda con las loas serviles del séquito patoteril que lo rodea y ayuda a persuadir a los electores, que el cree que lo votan por que le temen, pero no sabe que a nadie le interesa cargar con la responsabilidad y es mas fácil la crítica desde afuera, amén de que el paisaje y el folclore del barrio no sería igual sin el vasco en la presidencia del club y por eso lo eligen.
Atravieso la puerta y ya dentro del club, me llega justamente, familiar y previsible, el vozarrón altisonante y los exagerados ademanes del presidente, dándole vida y sonido al bar, donde las carcajadas aguardentosas le ponen corolario al insultante sentido del humor del vasco, que cae sin sorpresa, sobre la indefensa víctima de turno.
Ruido de cubiletes y fragor de barajas, gritos de júbilo mezclados con reproches de perdedor, inflaman el aire enturbiado por el humo de los cigarrillos, que queman los bordes de las mesas, esperando que los aprendices de tahúr, orejeen la suerte que les depara el mazo de naipes, que sospecho los representa, porque están allí mezcladas todas las figuras, desde el as de espadas al cuatro de copas y todas las posibilidades, para que las conviertan en azares, mentiras y desenlaces tan inciertos como sus propias vidas.
Desde la mesa del rincón, junto a una ventana color verde inglés con cortinas a cuadros amarillos y blancos, hechas de la misma tela que los manteles, el cabezón Bertolazzi, se para y me llama con la boca llena por el bruto tarascón que acaba de darle al sándwich de salame milán y queso en pan de fonda, que le ha servido el cantinero sobre un platillo de aluminio. Cuantas veces fue mi cena ese manjar pensé, mientras me estrechaba en un abrazo, que sentí cordial para mí por el encuentro, e intuí fraternal para él, porque lo rescataba de la soledad de su espera.
_ ¡ Que alegría verte Negrito ¡ _Se te extraña.
_ Si, hace mucho que no venía. Yo también los extraño, pero entre el laburo y la facultad no me queda tiempo.
¿Te falta mucho para recibirte de ave negra? Porque pienso ser tu primer cliente, para demandar a mis suegros, porque me vendieron una princesa y hoy tengo en casa una gorda amarga y autoritaria. Me tenés que ayudar a devolverla, el derecho debe asistirme.
_No hablés así cabezón, es tu mujer y de su carácter vos seguro tenés algo que ver.
Irrumpió el ruido inconfundible de la silla de ruedas del chaqueño Ramón, quién interrumpió el diálogo dándome un afectuoso golpe en la espalda a la vez que me reprimía en tono admonitorio._ Aquí, el jugador que no viene al club, tiene multa y el castigo es pagarme el vermouth.
_Zurdo, le ordené al bufetero, servile un vermouth a “Pantalón cortito” y un café para mí.
Debo aclarar, que el chaqueño Ramón había perdido las dos piernas, cuando un accidente ferroviario se las amputó casi a la altura de las ingles, condenándolo a la silla de ruedas y al apodo de “Pantalón cortito” que le asignaron los vagos del barrio. Se mal gana la vida como masajista, atendiendo casos de reuma, artrosis y recalcaduras. Comentan sus pacientes, que tiene un exitoso método de masajes en el que se ayuda con una botella, siempre previo ingerir el contenido obviamente. En esto creo que es muy riguroso el chaqueño.
A la tertulia se sumó el vasco Arriola, quién dando vuelta la silla, se acodó en el respaldo y a modo de saludo nos conminó_ Che muchachos, vuelvan a organizar los campeonatos de solteros y casados, así vuelven las familias al club, tenemos que integrar a las patronas, para que esto no se convierta en un garito y cumpla su función social.
_ No vasco, lo interrumpí_ tus reglamentos y el asesoramiento del cura terminaron para siempre con el fair play aquí.
_Como buen político no me gusta perder ni a la bolita, pero en el caso aquel, solo se aplicó el reglamento. Los jugadores profesionales respetan el de la FIFA y ustedes tenían que respetar el de fifar y ambos están para cumplirse y vos que estudiás derecho, deberías saberlo mejor que nadie.
_ Mirá vasco, yo te aprecio, pero no al punto de escucharte hablar de cuestiones éticas justamente a vos, y respecto a ser competitivo te diré que es mejor ser competente, si querés un optimista competente, porque esa frase hecha de no perder ni a la bolita, no habla bien de quien la expresa, se escucha por lo general en boca de perdedores, que ocultan su realidad y sus miedos detrás de esas bravuconadas. Todos nacimos en este barrio y nos conocemos demasiado como para que alguien tenga que explicar como es, todos sabemos como es cada quién.
Se arrugó el entrecejo del presidente y ensombreció su mirada que se tornó taciturna cuando enfocó las uñas de sus manos curtidas, las que había juntado con los dedos entrelazados en actitud de plegaria.
_Compañeros, dijo el vasco en tono conciliador_ solo quería convocarlos a participar en el desarrollo de algo que nos pertenece a todos y termino recibiendo un discurso que no se bien que quiere decir, en fin, hagan lo que quieran. Se puso de pie y volviéndose a sus amigos, lanzó un desafío a un partido de truco por la consumición y se enfrascó a los gritos en el asunto.
_La verdad es que no entendí de que hablaban, curioseó “Pantalón cortito”_¿Que pasó con eso del reglamento?
_Si tenés ganas contale vos cabezón, dije entre bostezos
_La cosa fué hace dos años atrás Ramón-arrancó contando el cabezón Bertolazzi- en ese momento el club organizaba un torneo de papi fútbol entre solteros y casados. En el equipo de los casados jugaba el vasco en la defensa con el gallego José María, el gordo Abel al arco, Pachorra en el medio, el tambero Ricardo y Poroto Sánchez arriba. No era mal equipo. Por los solteros jugaban, Tito Pena al arco, el chueco Almirón y el pibito Agrelo atrás, Rulo Langoni al medio y el negrito y yo arriba. Teníamos robo con el Rulo, que se sumó al tercer partido, cuando lo fuimos a buscar por que se había roto la rodilla Pipo Torres. Al principio no quería venir, porque jugaba en la cuarta de San Lorenzo, pero al final lo convencimos.
El torneo se jugaba al mejor de cinco, o sea que el que ganaba tres, era campeón. Se jugaba un partido por mes, el segundo domingo entre abril y agosto y en cada fecha, la expectativa, la efervescencia y la rivalidad aumentaba.
El lío se armó al quinto partido, ya que los dos primeros los ganaron los casados, ayudados por el árbitro, un correntino que ya no vive más por aquí, era un ex policía al que apodaban “Campana”, porque mientras fue guardia de seguridad en la farmacia de la avenida, la asaltaron siete veces. Más que guardia, parecía que les hacía de campana a los chorros y le quedó el mote.
El conflicto se generó, porque Rulo se incorporó al equipo de los solteros a la tercera fecha y a partir de entonces, ya ni con el árbitro inventando penales podían los casados. Les llegamos a ganar por ocho goles y el último partido era un simple trámite, cuando el diablo metió la cola y el vasco que no quería perder, se encontró con la excusa que necesitaba.
_ Me está matando la intriga- comentó ansioso Ramón
_Dejá que yo le cuento el resto de la historia cabezón
_Dale negrito, vos la conocés mejor que nadie.
_ El caso fue , que entre partido y partido, había otras actividades en el club, como ser los bailes de los sábados­ y algunas fiestas familiares para las que se alquilaba el salón. Y fue precisamente en uno de esos eventos sociales, que el Rulo descubrió a la gringa Loredana, la hija de don Gino y doña Ida. La gringa tenía en sus genes lo mejor de su raza. Las mejillas rosadas, los ojos turquesa y unos pechos que cuando subían y bajaban con su respiración, se cortaba la nuestra. Yo la conozco como pocos, porque nos criamos juntos y abandonamos la pubertad en largas siestas de verano, donde analizamos a conciencia la más sustancial diferencia entre los sexos.
_ Negro, vos querés decir que…
_ Cosas de chicos, que no vienen a cuento, la historia comenzó cuando se casó el hijo del dueño del taller mecánico, el polaco Mitovich. El novio era un flaco alto, rubio, de unos veintiocho años, con la cara llena de granos, que había caído en la telaraña que le tejió la viuda del cartero. Ella era unos diez años mayor que él y tenía dos hijas, una de diecisiete años y otra de quince.
El caso fue que alquilaron las instalaciones del Ultramar para la fiesta, que mezcló a los invitados al cumpleaños de la quinceañera con los del casamiento, o sea que casi todo el barrio estaba allí. Y estaban allí, porque estos encuentros sociales prometen siempre la posibilidad del levante, por lo que aquello era una exposición de lances y estilos de seducción tan lamentables como grotescos, por ser en unos casos obvios y en otros tan prosaicos como sus bromas pretendiendo ser simpáticos o extrovertidos.
Respecto al costo puede decirse que se optimizó bastante, ya que hubo una sola torta de tres pisos y una vez que la joven apagó las velas, estas se retiraron, junto a un número quince de plástico que habían pinchado en la cúpula, entonces hábiles manos reposteras las reemplazaron por una parejita de novios de mazapán, para que los recién casados cortaran las primeras porciones cegados por los flashes de “Fogonazo”, el fotógrafo del club, cuando se escuchó que alguien lamentaba la falta de un bebé para bautizar, así se aprovechaba de un modo mas integral la torta.
Esta y el brindis de sidra fue lo único a cargo del polaco, ya que todo lo demás lo vendía el concesionario del bar.
Inmediatamente después de las fotos, la mano cruel del destino urdió los desenlaces, cuando la novia arrojó de espaldas y por encima de su cabeza el ramo de flores en dirección a la troupe de mujeres que se amuchaban en una punta de la pista de baile, donde el brazo blanco y largo de la gringa Loredana, se elevó a la altura del cesto de básquet y atrapó el ramo con un salto formidable, que le hizo perder un zapato en el aterrizaje.
Se recompuso rápido la gringa y con los cachetes rojos por la sidra, dispuesta a cumplir la superstición folclórica del ramo, enfocó los faroles turquesa de sus ojos a quién tenía más a mano, y fue el desprevenido Rulo Langoni, que estaba parado con las manos en los bolsillos de un traje azul, que vaya uno a saber de dónde había sacado, habida cuenta de que le quedaba enorme y no combinaba con sus zapatillas blancas con vivos rojos.
_¿Bailamos?-lo invitó la gringa y sin esperar respuesta, lo apretó con malas artes al mozo y a partir de ahí, los acontecimientos se precipitaron.
_ Acompañame a casa – lo conminó
_No ¿Qué va a decir tu viejo?- se defendió Rulo
_¿Qué?- ¿Le tenés miedo a las mujeres? Lo desafió
Y la madrugada los llevó entre risas y besos con sabor a chicle de menta, hasta el cerco de ligustrinas, donde yo le había mostrado a ella los huecos que permitían mimetizarse con el follaje. Creo que lo llevó allí, porque quiso sentir la seguridad de un territorio que conocía.
_Pará Negrito, ¿Cómo podés saber todo esto vos?
_Porque la gringa me lo contó, no te olvides que somos amigos desde la infancia y siempre se confesó conmigo. Soy para ella como una gran oreja que nunca juzga por lo que oye.
_Bueno dale, seguí con el cuento- rogó Ramón
_Después hubo calma, el sol y la luna compartieron los días previos al gran anuncio. La gringa Loredana con una sonrisa de Gioconda comunicó su embarazo, adjudicándole la coparticipación al Rulo y fue en el momento más inapropiado, ya verás porqué.
El Rulo amagó como en la cancha a gambetear su responsabilidad, pero su padre, blandiendo una escopeta calibre dieciséis, lo persuadió la lavar el nombre de la hija del coterráneo con el que en 1924 se embarcara en el puerto de Palermo rumbo a América, navegando juntos por última vez el mar Tirreno y jurando desde allí, volver a la amada isla de Sicilia , donde siempre los esperaría el afecto de la familia, en sus pueblitos de casas bajas, calles de ripio con olores a pescado derramados en el aire y gentes de códigos encriptados por siglos de historia.
Estos tanos, que ignoran la génesis de esos códigos de honor pero los cumplen, nunca sabrán, ni creo que les importe, que a nosotros nos arrebató un campeonato en esa edad de la rebeldía, en que ganarle al equipo del presidente, tenía la connotación de derrotar al poder establecido.
La página central de la historia, se escribió o mejor dicho se tramó en la secretaría del club, cuando comunicaron que el reglamento establecía que si alguien era padre, no podía ser soltero, porque así lo establecían la hombría de bien y las buenas costumbres y cualquier otra decisión, sentaría un precedente negativo.
El presidente hizo el anuncio, que dejaba al Rulo fuera de competencia para los solteros, rematando su demagógica alocución , con una invitación a que jugara para los casados porque lo que importaba era competir y que bien podía hacerlo en honor al deporte y a todas las madres del barrio.
Algunos aplaudieron en medio del pandemonium que armamos los solteros al apelar la medida, aduciendo que no estaba casado y que si no es casado ni viudo, es soltero.
El muy cretino del vasco, trajo como mediador para que arbitre al padre Nicanor, el cura de la iglesia que está frente a la plaza, un hipócrita de siete suelas, quién sentenció que si Rulo había admitido su paternidad, debía casarse de inmediato por civil, para resguardar el honor de la dama y su familia, pero no podía casarlos por iglesia porque ya habían pecado. Que más adelante vería de absolverlos con una penitencia y entonces bendeciría la unión.
_¡Curita gaucho!-exclamó el vasco aprobando la posición del clérigo, que de todos modos conocía seguramente de antemano por haberlo traído ya aleccionado, para asegurarse el veredicto que debilitaba grandemente a sus adversarios. Era tan evidente la trapisonda, que recuerdo haber reclamado con bronca, acusando a la comisión directiva de grasientos, pollerudos y cornudos.
El caso se les complicó en los trámites previos, ya que en el registro civil no les daban fecha hasta dentro de diez días, o sea tres después del partido. Celebramos esta noticia como un gol en el último minuto, pero el sábado previo al partido, misteriosamente se rompieron las cañerías de agua del club y por ser fin de semana, no había tiempo de conseguir los repuestos para la reparación y aduciendo que si no se podían habilitar los baños y el bufete, no quedaba otra cosa que suspender el encuentro hasta el domingo siguiente.
Entendiendo que la suerte estaba echada, nos reunimos a deliberar los solteros y llegamos a la conclusión de que lo mejor, era no presentarnos a jugar para no darle el gusto al vasco.
La gringa y Rulo se casaron por civil, rodeados de tanto silencio como el que acompañó al vasco y su equipo, cuando se auto adjudicaron el trofeo al ganador.
_Esta es la historia Ramón, de la última vez que se jugó el campeonato de solteros y casados, donde la mala fe del vasco, terminó con una de las pocas fiestas en las que las familias del barrio, sentían que el club les pertenecía y a partir de aquel suceso se alejaron masivamente.
_Que vasco boludo! Sentenció Ramón en voz baja
_No, no es mal tipo, pasa que es un chico grande y no se da cuenta cuál debería ser su rol.
_Bueno muchachos, yo ya me di un baño de club y de nostalgias, me voy porque tengo que preparar un parcial.
Me volví a estrechar en un abrazo con el cabezón, le devolví la palmada a “Pantalón cortito”, pasé por detrás del vasco y les revelé a sus contrincantes los naipes que tenía y me marché en medio de insultos y carcajadas.
Camino a casa, en la esquina me crucé con la gringa que llevaba el bebé en brazos.
_ Hola gringa , que bien te queda la maternidad ¡Estás hermosa!
_Hola mi amor!- me saludó con un beso en la comisura de la boca y el conocido gusto a chicle de menta me volvió a humedecer el alma.
_ Mirá que belleza es este bebé – alardeó levantándolo por las axilas – Tomá, levantalo y verás lo que pesa.
Lo alcé y el niño comenzó a reírse y a balbucear un pa.. pa.. , se lo devolví como con asco a la griga, que sonriendo con esa sonrisa suya de Gioconda murmuró_ Los ángeles saben más que nosotros de algunas cosas y él es un angelito ¿ No te parece? – y sus ojos turquesa me alojaron una mirada que se me tatuó en los sesos.
_Dios mío..Dios mío.-imploré mientras me alejaba, adentrándome en una angustia con la que habría de familiarizarme con el correr de los años..
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